miércoles, 29 de abril de 2015

Sueños que se ahogan




Samira se despierta sobresaltada. Otra vez la misma pesadilla. Ese maldito sueño que la acompaña desde hace meses. Su mente se niega a borrar las imágenes de aquel fatídico día, el sonido de los gritos a su alrededor y el regusto salado en sus labios. Demasiado dolor acumulado en el agua del inmenso mar.

        Todo sucedió en una interminable noche de septiembre, cuando el oleaje alcanzó tal magnitud que la patera en la que viajaban se tambaleaba a su merced, sin visos de parar hasta quedar totalmente vacía. Tras meses de espera, la barca, por llamarlo de alguna manera, por fin llegaría a orillas españolas en unas horas, pero el destino, a veces tan cruel, parecía querer impedírselo. 

Solo recuerda los sollozos de la pequeña Fátima, que a penas duraron unos segundos, y observar cómo se alejaba, zarandeada por las olas de un lado al otro del mar. No pudo evitarlo, se le escapó de los brazos y no volvió a verla. Nadie fue capaz de detener su inevitable viaje hacia lo desconocido, cómo Samira llamaba a la muerte. Ya no temía perder la vida, no le quedaba nada y tenía que intentar, por todos los medios, prosperar lejos de su tierra. 

Por fortuna, los primeros rayos de sol trajeron la calma al agua y la esperanza apareció en forma de Protección Civil. La playa se llenó de cuerpos inertes que se fueron cubriendo de sábanas blancas. Pocos sobrevivieron a la tragedia. A penas hubo una decena de afortunados que lograron mantener su única posesión, la vida a la que se aferraban en memoria de sus compatriotas ya desaparecidos. Desde entonces, hasta hoy, la pesadilla vuelve a la mente de Samira para recordarle que tiene que ser fuerte y seguir buscando un futuro mejor, el que siempre había buscado para una hija que ya nunca lo tendrá.  

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